Salimos de Burgos el día 4 de agosto.
Por fin, después de 10 meses, estábamos ya camino del Roverway.
Bien de mañanita cogimos el autobús que, junto con otros clanes de Burgos, nos llevaría hasta Santander, desde donde volaríamos a Roma.
La llegada a Roma fue un poco decepcionante. El contacto que allí teníamos nos dejó un poco tirados y no teníamos un lugar donde pasar la noche, así que decidimos que era mejor coger un tren nocturno hasta Venecia. Dormiríamos en el tren y pasaríamos el sábado entero viendo la ciudad de los canales.
Sólo había un pequeño problemilla. Ana y Chichas llegaban a Roma a las 21.30 y el tren a Venecia salía a las 22.50. Así que nos tocaba rezar para que su avión no llegara con retraso, no tardaran mucho en recoger las mochilas y pudieran llegar rápido a la estación de trenes.
Afortunadamente, y tras una carrera en taxi a toda velocidad por las calles de Roma, llegaron a la estación a las 22.35, con lo que teníamos el tiempo justo de coger los billetes y montar. Una vez en el tren, encontramos dos compartimentos que tenían una pinta buenísima para dormir las 6 horas que duraba el viaje. Pero ¡oh sorpresa! un muy poco simpático revisor nos dijo que eso era primera clase y que allí no podíamos estar, nuestro gozo en un pozo!
Nos dijo que fuéramos a segunda y que buscáramos un sitio. Los compartimento que podíamos usar estaban llenos, con lo que estábamos sin sitio para viajar. Después de mucho discutir con los revisores y de comprobar que los italianos son como los españoles para pasar de los problemas de los demás, nos resignamos a viajar en el pasillo.
¡Qué tortura de viaje! Incluso unos policías nos dijeron que nos guardáramos bien las carteras, porque en cualquier despiste nos «desaparecerían». Menos mal que nos lo tomams todo a risa y, por momentos, el viaje fue hasta divertido.
A las 5.30 de la mañana llegamos a Venecia, sin dormir. Vimos la ciudad a la carrera y a las 11 nos echamos a dormir en el sitio que nos había conseguido la organización. A las 4 de la tarde, una vez descansados (bueno, un poco), nos fuimos a ver Venecia más tranquilamente. Nos juntamos con el clan de Vanessa y estuvimos recorriendo Venecia y viendo lo que pasaba por sus calles: músicos, hare-krishnas, … y mucha gente con pañoletas al cuello (ahí comenzamos a sospechar que habría un encuentro de scouts o algo así).
Al día siguiente nos juntamos ya con los clanes que iban a estar con nosotros en la ruta: un clan austríaco, uno italiano, uno portugués y otro húngaro. Este último nos resultó especialmente simpático, ya que era un clan femenino (allí chicos y chicas están siempre separados) perfectamente vestidos de naranja ¡hasta las zapatillas!. Desde ese momento pasaron a llamarse para nosotros «el clan de las castorcitas».
Fuimos a la ceremonia de inauguración con muchísimas ganas de comenzar ya el Roverway. La ceremonia fue un poco lenta y si a eso le unimos el sol que nos daba de pleno, hizo que fuera difícil escuchar las bienvenidas de los políticos y autoridades de la zona. Pero no había problema: todo nos parecía alucinante.
Después, todos los clanes de nuestra ruta cogimos un tren que nos llevó hasta el lugar de partida de nuestra ruta. Allí hicimos la cena de los pueblos y pudimos probar la comida típica austríaca, portuguesa, húngara e italiana. Entre plato y plato, una asociación local nos iba enseñando los bailes típicos de la región. ¡Hay que ver que patos somos los españoles para bailar estas cosas! pero fue muy divertido.
Al día siguiente, a las 7 de la mañanita, nos levantamos para empezar a andar. Nos dirigíamos a Arqua Petrarca, un pueblecillo muy bonito en el que vivió el filósofo y poeta italiano Petrarca. No tuvimos que andar mucho (unos 12 kilómetros) pero comenzamos a descubrir que los italianos tienen muy claro que el camino más corto entre dos puntos es la línea recta ¡incluso para subir montañas! ¡menudas rampas! Durante el trayecto pudimos ver cabras, caballos e incluso unos ciervecillos pequeños, todo ello amenizado por los alegres cánicos de nuestras castorcitas húngaras, que cantan de manera espectacular.
Una vez que llegamos al pueblo, montamos las tiendas, comimos y nos enseñaron lo más importante de la ciudad. Todo muy bonito pero ¿es que no hay nada llano en esta país? tiene que ser duro vivir en ese pueblo tan empinado.
El resto de la ruta tuvo, más o menos, la misma estructura. Madrugones para andar y no coger mucho sol, pasta para comer y cenar y dormir poco por estar las noches hablando con todo el mundo. Pasamos por Fontanafredda y Casa Marina, probamos los vinos típicos de la zona, hicimos juegos, cantamos muchísimo, hicimos debates acerca del Escultismo en los diferentes países y sacamos ideas para llevar a cabo y hacer que nuestras ciudadessean un poco más ecológicas, tuvimos momentos de reflexión y espiritualidad, desarrollamos dinámicas, hicimos malabares, vimos la lluvia de estrellas de la noche de San Lorenzo, hicimos escalada, aprendimos a hacer y amasar la pasta italiana, y la última noche tuvimos una fiestecilla con un musical en el que tratamos de hacer el menor ridículo posible y que resultó divertidísimo.
Pero, sobre todo, conocimos un montón de gente. Gente con la que nos entendíamos sin saber su idioma, con la que compartíamos valores y una forma de vivir, gente de la que aprendimos un montón de cosas y con la que disfrutamos un montón la ruta.
Por fin era la hora de ir a Loppiano. Cuatro horas de autobús que se nos hicieron eternas por las ganas que teníamos de llegar. Pero, por fín estábamos allí. Scouts por todas partes, centenares de tiendas de campaña, muchísimas pañoletas diferentes …, pero lo que más nos llamó la atención era que todo el mundo que allí estaba sonreía, era un ambiente impresionante.
De la estancia en Loppiano tampoco vamos a contar mucho, ya que todos sabéis lo que nos fue pasando por allí: los talleres, la comida, las emocionantes ceremonias de inauguración y clausura, nuestra visita a Florencia pasada por agua, etc.
Pero hay cosas que marcan y que guardaremos para siempre. Ante todo el ambiente que vivimos, sencillamente impresionante. La alegría que allí se respiraba era totalmente inhabitual. Ver a casi 5000 personas recorriendo Florencia, en una excursión que nadie quería hacer por el aguacero que estaba cayendo, empapadas como sopas durante 3 horas, comiendo pasta bajo la lluvia y todo ello sin dejar de cantar, bailar y sonreir, es algo que no es fácil de encontrar. Y esa alegría duró todo el Roverway.
Compañerismo, amistad, hermandad …, es difícil expresar en una palabra lo que allí vivimos.
El caso es que nos dió mucha pena tener que ir, nos hubiera gustado quedarnos otros 10 dias más. Pero bueno, habrá que contar los días que quedan para el próximo Roverway!
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